¿Cómo leemos?

POR NAZARENO ALMIRÓN

Antes de contestar la pregunta en sí, vamos a realizar otra pregunta: ¿para qué necesitamos saber —como diseñadores gráficos— cómo leemos? Aunque la respuesta pueda parecer obvia, analizar la problemática nos ayudará a entender qué grado de profundidad necesita tener un diseñador gráfico acerca de las características físicas y culturales detrás del acto de leer textos en distintos medios. Alcanzado ese determinado grado de conocimiento, el diseñador podrá por un lado evitar situaciones problemáticas a la hora de representar información textual, y contará además con las herramientas necesarias para optimizar la lectura en ámbitos tan disímiles como la elección tipográfica para diseño editorial, señalética, animación con tipografía o el diseño de signos tanto para un sistema tipográfico o una identidad.

Tabla de contenidos

Nuestra visión

Ya sea que estemos leyendo un libro, un cartel a la distancia, o palabras en movimiento en una pantalla, la información visual debe atravesar un primer filtro que es físico, y se trata de nuestros ojos.

La primer característica fundamental es que son dos, y que están ubicados en nuestras caras de forma horizontal. Las consecuencias de dichas características es que podemos percibir el espacio —es decir, podemos distinguir a qué distancia de nuestra vista se encuentra un determinado objeto— y nuestro campo visual cubre un mayor arco en horizontal que en el eje vertical, aproximadamente 200º contra 135º en vertical. Entenderemos mejor qué consecuencias traen aparejadas estas características cuando analicemos situaciones ambientales concretas.

Una segunda característica física de nuestros ojos es que no poseen la misma definición a lo largo de toda la superficie del campo visual. El área central de nuestra visión es la que utilizamos para enfocar la imagen, y a medida que nos acercamos a su periferia la información visual que recibimos estará mayormente difusa.

Como leemos
El área central de nuestras retinas —denominada Fovea centralis— es la que ofrece mayor definición y respuesta al color.

Existen otras características de nuestra visión que afectan nuestra percepción del mundo, sobre todo lo que tiene que ver con el color. Como en este caso nos centraremos exclusivamente en la lectura de textos, vamos a ignorar dichos factores.

Ya hablamos entonces del primer filtro, que es el físico. Pasemos entonces al segundo filtro, que es nuestra percepción, entendiéndola como la primer instancia donde opera nuestro cerebro.

Debido a la sumatoria de limitaciones que posee la parte física de nuestro sistema de visión, nuestro cerebro debe necesariamente completar y reinterpretar faltantes de información. A este proceso se lo denomina Inferencia inconsciente, y funciona asumiendo supuestos tales como que la luz suele venir desde arriba, que los objetos no suelen verse desde abajo, los objetos más cercanos bloquean a los que se encuentran detrás de ellos, etc.

Entender este proceso abre la puerta por ejemplo al estudio de las ilusiones ópticas, las cuales trabajan en su mayoría jugando con este nivel de nuestra percepción.

Y para terminar nuestro análisis del sistema de visión, el último filtro a tener en cuenta ocurre también en nuestro cerebro, también de forma inconsciente, y es el filtro cultural: todo nuestro bagaje de conocimiento y experiencias previas condicionan fuertemente la interpretación que hagamos respecto a lo que estemos viendo, y esto es particularmente importante durante el proceso de lectura. Es aquí donde podemos hablar de la coherencia semántica respecto a nuestras expectativas, o las convenciones del lenguaje.

Comenzando a leer

Ya analizado brevemente nuestro sistema de visión, pasemos ahora al proceso de lectura en sí. Repasemos primero qué ocurre con las unidades de todo texto escrito: las letras. Si nos encontramos frente a un conjunto de signos como por ejemplo D, P, y H, reconoceremos -dependiendo de ciertas variables ambientales- la morfología de cada uno, y si no le podemos atribuir ningún significado al conjunto, entonces allí finaliza nuestro proceso de lectura: hemos leído signo por signo.

Ahora bien, esta situación está muy lejos de reconocerse como el proceso de lectura al que estamos mayormente habituados. Como la principal función de la escritura es la de transmitir información, los conjuntos de signos que veamos tendrán seguramente un objetivo comunicacional. Es así como al ver tres letras mayúsculas podemos inferir que se trata de una sigla. Tomemos como ejemplo SOS, o ADN: en este caso ya no necesitamos leer letra por letra, pues nuestra práctica no sólo hizo que podamos interpretar más rápido el signo a signo, sino que además ya podemos reconocer como un todo a distintas combinaciones de ellos -dependiendo, por supuesto, de nuestras competencias-. Así, la sigla ADN nos es más que familiar, porque leímos previamente esa estructura en múltiples ocasiones, y nuestro cerebro generó un «atajo» para poder interpretarla rápidamente; mientras más frecuente sea el uso que le demos a ese conjunto, más a mano estará ese atajo, y el propio contexto nos generará una mayor expectativa de encontrarnos con ese término, por el bien de la coherencia semántica.

Si de la categoría siglas pasamos a la siguiente, que es la palabra, veremos que pasa algo similar. Al comenzar nuestro aprendizaje en el mundo de la lectura, necesariamente comenzamos leyendo letra por letra, pero a medida que nos vamos habituando a las palabras, podemos empezar a reconocerlas desde la lectura por sílabas, desde su estructura general, o con sólo reconocer algunas de las letras que la componen. Podemos realizar múltiples pruebas para comprobar esto, desde intrecambiar ciertos signos en las palabras, hasta hacer desaprecer algunos de ellos, y veremos cómo en un contexto de lectura rápida podemos seguir reconociendo el significado original.

De esto se desprende como conclusión que las palabras escritas en caja baja tendrán una notoria ventaja frente a sus pares de caja alta, ya que la mayor variedad en sus estructuras, sumado a la variación en la altura de los signos al contar con las ascendentes y descendentes, hacen que el reconocimiento estructural sea una tarea más llevadera y eficiente. Además, tal como ocurría con las siglas, las palabras que nos sean más familiares serán las que reconozcamos más rápidamente.

Como leemos
La mayor variedad en las estructuras minúsculas ofrecen claras ventajas en el reconocimiento de la palabra como un todo.

El bloque textual

Hasta aquí no nos hemos preocupado por la cuestión espacial, sin embargo cuando nos toca analizar la lectura de una línea de texto, es decir un conjunto de palabras sucedidas en una línea horizontal, nuestros ojos y nuestra propia cabeza comenzarán a realizar movimientos que alterarán de una u otra forma nuestra experiencia de lectura. Por empezar, debemos preguntarnos: ¿qué tan larga es la línea de texto? Juzgar la longitud de la línea implica poner en juego el tamaño absoluto de la misma con el cuerpo tipográfico y la distancia a la que nos encontramos como lectores. Si la línea es demasiado larga como para cubrirla únicamente con el movimiento de los ojos, significa que debemos emplear mayor esfuerzo al mover la cabeza, y eso se traduce en mayor malestar, y mayor tiempo necesario. El ancho de una columna de texto deberá ser entonces lo bastante ancha como para no generar demasiados quiebres semánticos, pero no tan ancha como para demandarle al lector largos movimientos con su cuello. Cabe aclarar que los movimientos oculares son inevitables ya que como hemos visto, solo el centro de nuestra visión nos permite reconocer correctamente las formas.

Luego de recorrer la línea nuestros ojos realizarán un rápido barrido hacia la izquierda buscando el siguiente renglón. En este proceso, es el interlineado el factor fundamental, ya que nuestra visión utilizará la horizontalidad del propio texto como una guía en la cual descansar. Si el interlineado es demasiado cerrado, el lector puede confundir una línea de texto con otra, sea con la línea de texto que ya leyó, o salteando la que le correspondería leer a continuación. La segunda parte de este proceso corresponde a un chequeo semántico, para corroborar que la nueva línea que estamos leyendo representa efectivamente la continuación de la línea anterior.

Como leemos
Las familias tipográficas con serif otorgan ciertas ventajas contra sus pares sans-serif en la construcción del párrafo.

Como todo este proceso toma un determinado intervalo de tiempo, representa necesariamente un quiebre en la lectura. Es por ello que en la medida de lo posible los cambios de renglones deben realizarse llevando las preposiciones hacia el renglón siguiente para respetar las unidades semánticas, y evitar abundar en palabras divididas entre un renglón y otro, es decir ifenadas.

La lectura global

Cuando nos enfrentamos a la lectura de una página, doble página, afiche u otras situaciones similares, se dispara un proceso rápido y subconsciente mediante el cual reconocemos estructuras, manchas, contrastes, cantidad de elementos y sus características más generales.

Este proceso comienza con rápidos movimientos oculares, llamados movimientos sacádicos. Esto es así porque recordemos que nuestros ojos sólo puede enfocar correctamente el centro de nuestro campo visual, entonces estos movimientos —completamente inconscientes— recolectan rápidamente información sobre varios puntos de la composición. Desde allí podemos reconocer características estructurales, tales como niveles de contraste, cantidad y variedad de elementos, porcentaje de blancos, presencia de ejes o estructuras predominantes, etc. De acuerdo a nuestras competencias culturales, podremos reconocer además distintas tipologías asociadas a dichas características, por ejemplo saber si se trata de un afiche o una portada, un artículo o una publicidad, un índice, un calendario, etc. Todas estas tipologías ofrecen características únicas, convencionales, que somos capaces de decodificar en este primer ¨pantallazo¨ que llamamos lectura global.

Como leemos
Es en la lectura global donde podemos reconocer que en este caso se trata de un artículo de revista. Trabajo de la cátedra. Alumna: Carolina Toloza. 2019.

Forma – contexto – coherencia: las tipologías textuales

¿Cómo sabemos reconocer un subtítulo? ¿Puede existir esta tipología textual sin la presencia de un título? Lo que es más: ¿Puede existir un título si no lo sucede un desarrollo de información?

Las tipologías textuales son entidades culturales, y como tales existen y toman forma por convención. La razón de su existencia es puramente semántica: qué función cumple esa determinada tipología en el flujo de la lectura, y por lo tanto no debe ser analizada de forma individual sino en su contexto. Así, una tipología no puede existir sin tipologías asociadas, debe haber coherencia semántica en sus relaciones, y también en las relaciones entre el conjunto y la pieza como una totalidad.

La forma que tomen las tipologías textuales dependerá entonces de varios factores: las convenciones culturales, el medio en el que se las representa, la tipología de pieza, el lector promedio al que se apunta, etc. En cualquier caso, es importante recalcar que la forma es una consecuencia, pero no la esencia detrás de las tipologías.

Volviendo a las preguntas iniciales, ¿cómo reconocemos un subtítulo? Porque aparece a continuación en el orden de lectura detrás del título. Y cuando decimos a continuación, no quiere decir necesariamente debajo del mismo en la composición: puede ser a un lado, intercalado, o separados temporalmente si se trata de una pieza animada. Son las jerarquías, y por ende el orden de lectura, el que terminará de darle entidad.

Como lectores, nuestra propia experiencia nos ayuda a reconocer las tipologías. Como diseñadores, debemos deconstruirlas, analizarlas, explotarlas, y también ponerlas en crisis.

La lectura en el espacio

Si nos encargan el diseño de un programa de señalética, una marquesina para un teatro, o una escenografía, dejamos de pensar las piezas en el plano y debemos comenzar a pensarlas espacialmente, y esto no quiere decir que el producto de nuestro diseño tenga volumen, sino que el emplazamiento espacial cobra una importancia fundamental.

Recordemos algunos hechos fundamentales respecto a nuestro sistema de visión. Primero que nada, que al tener dos ojos nuestra vista está naturalmente preparada para deducir profundidad. Luego, que solo podemos hacer foco en el punto central de nuestro campo visual. Tercero, que para responder a esta y otras limitaciones recurrimos a los movimientos sacádicos para poder almacenar rápidamente información sobre nuestro contexto.

Nuestro campo de visión es además limitado, ya habíamos establecido un ángulo de aproximadamente 200º a lo largo del eje horizontal, y 135º en vertical, pero esa amplitud se reparte de un modo muy particular: si observamos hacia nuestra izquierda, la información que nos provee nuestro ojo derecho es muy limitada, a tal punto que perdemos la capacidad estereoscópica de nuestra visión —es decir, sólo tomamos la información brindada por el ojo izquierdo—. De forma similar, los 135º en vertical se reparten de la siguiente manera: aproximadamente 100º si miramos hacia abajo, pero solo 35º si miramos hacia arriba. Esto quiere decir que nos es más natural mirar hacia abajo, algo muy conveniente a la hora de caminar, pero no tanto a la hora de esquivar esa viga (¡cuidado!). Mirar hacia arriba nos representa de hecho todo un reto, ya que nos obliga a levantar nuestras cabezas. Si nos encontramos transitando unas escaleras, al bajar nuestra visión es perfecta, ya que podemos ver nuestros pasos y tener un buen panorama de lo que nos rodea; al subir, en cambio, debemos elevar nuestra cabeza para tener una mirada más contextual, y no podemos mirar nuestros pasos al mismo tiempo que hacemos eso.

¿Cómo podemos sacar ventaja de estos conocimientos? Podemos optimizar la lectura tomando decisiones respecto a la ubicación y dirección de las piezas espaciales, y a la ubicación de los elementos de lectura dentro de ellas. En la elección tipográfica, podemos deducir que tendrán mejor legibilidad aquellas familias que posean una menor carga ornamental —es aquí donde las sans-serif humanistas hacen gala— con un buen balance entre el peso de los trazos y sus formas internas: si utilizamos la variante light de una familia, corremos el riesgo que las formas se pierdan en la distancia. Una variante bold por otro lado provocaría que las formas internas se pierdan rápidamente, haciendo de los signos manchas pesadas y amorfas.

Como leemos
Le Méridien Dania Beach - Estudio Pentagram.

La lectura en movimiento

Muchas de las características que analizamos sobre la situación de lectura de información estática se repiten al pasar a un texto en movimiento, pero a eso se le suman las dificultades propias del nuevo medio, haciendo por ejemplo que el movimiento que nuestros ojos deben realizar para leer un determinado contenido se vuelva relativo al movimiento propio del contenido mismo.

Para poder ordenar nuestro análisis, volveremos a emplear la misma estructura utilizada anteriormente, por lo que comenzaremos con la lectura de signos individuales. Como ahora la dimensión temporal pasa a ocupar el rol central en la organización del contenido, el tiempo que necesitemos para reconocer el signo que se nos presenta dependerá primeramente de:

:: La forma e intervalo de tiempo con los que ingresa al campo visual;

:: El intervalo de tiempo de permanencia y qué tipo de movimiento posee durante la misma;

:: La forma e intervalo de tiempo con el que el signo abandona el campo visual.

De forma secundaria podemos mencionar todos los factores que se comparten con su situación análoga en el diseño estático, tales como características formales del signo, nivel de contraste de color y grado de contraste visual respecto a lo que lo rodea, tamaño en relación al campo visual, etc.

Podemos mencionar además un factor que también puede influir en la claridad de lectura del cualquier elemento textual, y es la coherencia semántica: ¿qué es lo que leímos antes del signo que nos toca analizar? ¿Cuál es el contexto general de la pieza? ¿Qué tipo de transición existió entre la situación anterior y la actual?

Como ya hemos ejemplificado, nuestra mente nos prepara para lo que vendrá, por lo que al leer un determinado contenido generamos una expectativa concreta acerca de cuál será el siguiente paso. Tomemos por ejemplo una sucesión de signos que se muestran rápidamente en una pantalla; cada uno de ellos aparece por corte sin ningún tipo de imagen intermedia, y simplemente se quedan estáticos en el centro durante un segundo antes de pasar al siguiente. La sucesión sería la siguiente:

Como leemos

Como se podrán imaginar, si el primer signo que vemos es la letra A, al ser ésta reemplazada por la letra B generaremos inmediatamente una expectativa concreta: el próximo signo seguramente será una C. Estamos preparados para ello, por lo que la lectura de dicho signo no nos tomará por sorpresa y podremos decodificarlo muy rápidamente. Si la sucesión continuase repasando todo el abecedario hasta llegar a la letra Z, cada vez necesitaríamos un menor intervalo de tiempo por cada signo para poder decodificarlo correctamente. Claro que por la misma razón también podríamos saltear algunos signos y el lector difícilmente podría notarlo. Comprenderán entonces que esta información es poder, y un diseñador consciente acerca de lo que ocurre en la mente del lector puede pasar a jugar con él a voluntad.

¡Pues entonces juguemos! ¿Qué ocurriría si rompemos deliberadamente con la coherencia semántica? Vamos a suponer que nuestra secuencia ahora es la siguiente:

Como leemos

Quizá el cambio es demasiado sutil, más aún considerando las similitudes formales entre los signos E y F, pero sería suficiente para generar una pausa en donde nos preguntamos si lo que estamos presenciando es el abecedario o una variante, y nos genera una expectativa respecto a los signos que vendrán, logrando predisponernos con mayor facilidad a encontrar otras situaciones similares a medida que continuamos con la lectura.

Con todo esto en mente, pasemos ahora a analizar una situación de lectura de un conjunto de signos, pudiendo tratarse de siglas o palabras. Si la palabra o sigla ingresa al campo visual por corte, como en nuestro ejemplo de la sucesión de letras, no habría mayores inconvenientes; pero, si por el contrario, el conjunto ingresa en movimiento, debemos considerar la dirección que ese movimiento tendrá, ya que debería ser -en la medida de lo posible- consistente con la dirección natural de lectura. Para la mayoría de los idiomas occidentales, el conjunto debería ingresar desde la parte derecha de la pantalla moviéndose hacia la izquierda, de esta manera los primeros signos que veríamos serían los primeros que componen la palabra o sigla, y estaríamos respetando efectivamente la dirección natural de lectura.

Como leemos

En este ejemplo observamos además que nos es imposible leer la palabra completa de un solo vistazo, obligándonos a leerla de forma silábica.

En lo que respecta a lectura de una oración en el contexto de una pieza en movimiento, usualmente se recurre a la animación palabra por palabra, para otorgarle mayor dinamismo. Asimismo, la presentación en una línea extensa de texto como ocurriría en soportes estáticos se suele reservar para casos muy particulares, ya que la lectura en pantalla busca optimizar la relación tiempo de lectura-cantidad de texto, evitando en la medida de lo posible que el lector deba mover su cabeza para poder acompañar la lectura de la oración.

Contamos ya con información suficiente acerca de las distintas presentaciones que nos ofrece la información textual en movimiento, pero ¿qué ocurre entre ellas durante la lectura?

Dadas las limitaciones impuestas por la variable temporal, situaciones como la multiplicidad de elementos de lectura en un mismo espacio no suelen abundar en las piezas en movimiento, ya que el control total del tiempo que debe ejercer el diseñador sólo le permite elevar al primer nivel de lectura a un elemento por vez, quedando los elementos secundarios relegados a una situación meramente compositiva u ornamental. De este modo, cuando hablamos de las relaciones entre los elementos de lectura, pasamos a hablar principalmente de intervalos de tiempo, pero también debemos tener en cuenta la posición final de nuestra mirada al terminar de leer un elemento con respecto a la posición inicial donde comenzaremos a leer el elemento siguiente. Esto es algo que se utiliza muchísimo en la planificación audiovisual en general, por lo que las piezas gráficas en movimiento no serán la excepción.

Retomando el concepto de expectativa que vimos hace unos momentos hablando de las letras individuales, a la hora de leer una pieza en movimiento iremos aprendiendo -a medida que transcurre la pieza- cuál es su lógica general de movimiento, cuál es su ritmo y sus tiempos. Esto se traduce en una expectativa general sobre qué esperar al momento siguiente de donde nos encontramos, y mientras más cercana a la realidad sea nuestra expectativa, más fácil nos resultará la lectura.

Pensemos en un ejemplo práctico en donde debemos leer una serie de palabras que se mueven todas a la misma velocidad, y todas aparecen por el lado derecho de una pantalla, separadas por el mismo intervalo de tiempo. Si dividimos la altura de la pantalla en tercios, podemos mencionar que la primer palabra en aparecer se desplaza a lo largo del tercio superior, la segunda palabra se desplaza por el tercio central, la tercer palabra por el tercio inferior, y la cuarta nuevamente por el tercio central. De allí en más se repite esta secuencia cada cuatro palabras.

Al cabo de la quinta o sexta palabra podemos inferir que existe una lógica detrás de la posición de cada una, y eso nos ayudará a encontrar el siguiente elemento con mayor facilidad, lo cual se traduce en mayor celeridad en la lectura.

Esta lógica es de vital importancia cuanto mayor es el tamaño relativo del campo visual. Hablo de relativo respecto a la distancia a la que nos encontramos de él. En una situación donde con sólo mover los ojos podemos abarcar la totalidad del campo tendremos mayor libertad para trabajar la posición de los elementos; pero si en cambio necesitamos mover además nuestra cabeza para poder recorrerlo, entonces aprovecharlo en su totalidad implica exigirle mayor esfuerzo al lector, y por consiguiente debemos ser más cuidadosos a la hora de planificar las posiciones finales e iniciales de cada elemento con respecto a sus vecinos temporales. Existen incluso situaciones en donde no sólo le exigimos al lector mover su cabeza, ¡sino también su cuerpo! Esto ocurre por ejemplo en las piezas que se proyectan en los llamados cines 360˚, o en una pieza de realidad virtual: la organización de los elementos en un espacio que envuelve por completo al lector implica una planificación intensa de las ubicaciones y también de los intervalos de tiempo que se necesitarán entre cada uno de ellos.

Un vasto universo

Como habrán podido apreciar, preguntarnos cómo leemos es sin dudas algo muy complejo, donde se mezclan saberes que van desde nuestra propia biología y psicología hasta cuestiones técnicas más cercanas al ámbito del diseñador gráfico. Teniendo esto presente, este texto no puede servir más que como una introducción a ese mundo, y de acuerdo a nuestros propios intereses y campo de acción podemos ampliar nuestra base de conocimiento para así poder dominar nuestra especialidad.